La película empieza con un plano en negro. Una voz, la del propio director, nos describe el contenido de una fotografía. Cuando ya tenemos la imagen en nuestra cabeza nos muestra la foto. No es exactamente como la imaginamos ya que no nos da todos los detalles, aunque, en esencia, es lo mismo. Ahora, con la foto delante, nos cuenta su historia, dándole profundidad, creando una atmósfera y haciéndonos conectar con lo que vemos. Es una estrategia muy inteligente; el autor, al principio y en primera persona, nos obliga a través de una descripción a inventar una imagen (lo imaginado), después nos muestra una fotografía, un documento (lo real) para rematarlo con una historia (la ficción).
Esto es Uranes, una virguería narrativa en la que en ocasiones se hace muy difícil distinguir entre qué es real y qué no. El director nos va dando pequeños bocados de información que van construyendo una historia tan fascinante que resulta imposible no quedar atrapado en ella. Nos presenta una serie de personajes extraños pero reconocibles y maravillosos, que tratan de sobrevivir a duras penas en un universo complejo donde el drama y la comedia se entremezclan de una forma total y absolutamente equilibrada creando un conjunto perfecto, redondo y muy emotivo.
Uranes forma parte del proyecto #littlesecretfilm, y fue rodado este verano con las limitaciones que indica el manifiesto, entre ellas un rodaje que no dure más de 24 horas, sin ningún tipo de promoción ni información del proyecto hasta el estreno y con lo mínimo para funcionar. No tengo ni la más remota idea de cuál era el presupuesto de esta película (según las normas, nadie cobra y la película la financia el autor en su totalidad) pero sí sé que desde su concepción hasta el final del montaje transcurrieron tan solo dos meses. Uranes es el primer y esperado largo de Chema García Ibarra y con él demuestra por enésima vez que no hacen falta grandes presupuestos ni alardes técnicos para crear una obra de gran calidad si se tiene inventiva, talento y muchísima imaginación, como es el caso.
Según las normas del proyecto conjunto #littlesecretfilm y Calle13, la película tenía que desarrollar un thriller y sus subgéneros. Ibarra se las arregla para adaptarse al género impuesto sin alejarse de la ciencia ficción y los fuertes contrastes que definen su obra, construyendo una trama que incluye temas tan incompatibles, en apariencia, como el alzheimer, los musicales, la pederastia, los poderes psíquicos o las invasiones alienígenas, todo ello con suma maestría haciéndonos pasar de la inquietud a la ternura siempre con un hueco para la carcajada. Aparecen habituales de sus cortos como José Manuel Ibarra y Carmina Esteve (siempre ahí, desde El ataque de los robots de Nebulosa-5 y sin los que el universo del director no sería lo mismo) además de Antonio Ibarra, José Luis Fullea, Susi Martínez, y Luis Miguel Bienvenido casi todos presentes, de una u otra forma, en sus anteriores trabajos, todos amigos y familiares de Chema. Las localizaciones de la película son también reconocibles para los seguidores del director que siempre rueda en lugares muy cercanos a él, el Camp d’Elx, en este caso, que ya aparecía, por ejemplo en el videoclip del grupo murciano Klaus&Kinski, Ojo por diente. Este entorno rural y terroso, vacío de referencias (y con unos cielos espectaculares, todo hay que decirlo) sumado a la elección del vestuario de la directora de arte Leonor Díaz, hace que esta historia flote en el tiempo, que nunca se sepa en qué época transcurre, lo que ayuda a crear esa atmósfera fantástica y delirante y cercana a la vez.
Vi la película anoche y todavía tengo vivo el recuerdo y las emociones que me transmitió. No tenía ninguna duda de que Chema haría un gran trabajo pero debo reconocer que, incluso así, me sorprendió enormemente. Para mi, esta película es la representación última del trabajo de este director, una obra profundamente personal que engloba todas sus filias artísticas y que cuaja perfecta, sin fisuras, fascinante e hipnótica. Irrepetible.
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